15.8.11

Just a plastic bag

¿Cuánto tiempo aproximadamente debe un ser humano quedarse quieto admirando un arcoiris?
¿Cuánto para sentirse lo suficientemente sensible, para mostrarse lo necesariamente profundo?
¿Cuántos atardeceres en el mar debemos presenciar mientras la arena nos pica en el trasero y los mosquitos se comen nuestra piel?
¿Cuánta "belleza" más admiraremos hasta admitir que no tenemos idea de qué carajos hacer con ella?

28.7.11

Magic word

Ese día que viniste a casa y que por fin hablamos,
no fue la palabra amor, ni perdón, ni intentar.
Fue la palabra "universo", nada más.

26.6.11

"Acá entre nos", dice una canción

Son las pequeñas cosas las que vuelcan el mundo por acá. 


La firma tuya junto a la mía en la primera página de este libro que por fin decidí retomar, el recuerdo del paisaje de tu nuca como última visión antes de emprender el viaje nocturno (eso cuando todavía nos mirábamos), escuchar “Something” muy temprano en domingo, en un lugar público como un mercado. La taza azul gris en el fondo y sin café desde hace meses, los calcetines huérfanos que siguen saliendo y que parecen un reproche, una amenaza.
Cada pedazo que se quedó en pausa. Cada detalle que descubro, horrorizada. Cada pensamiento que se me fuga.
Estoy agotada de reacomodar este mundo a diario. 

22.6.11

La frase de Arcelia

Arcelia se despidió un 23 de Noviembre, tempranito por la mañana. Llevábamos ya custodiando su vida en el hospital hacía exactamente un mes. Había llegado ahí después de sufrir un derrame cerebral grave. Y justo lo sufrió después de un ensayo en el teatro, su lugar favorito.


Yo preparaba el desayuno a su hermano (como ya se había vuelto una especie de costumbre) para pronto salir hacia el hospital. Él me llamó, yo corrí. Cuando llegué me dijeron: "alcanzas a despedirte, pásale". Me puse la bata, el cubre bocas, dejé mis triques y entre a terapia intensiva. La vi, le toqué su mano y salí en menos de un minuto. Me dijeron que podía estar más tiempo, que todavía no venían por ella, yo les dije que ella ya no estaba ahí y eso hacía al lugar, por primera vez en un mes, el más frío del mundo.


No había de quién despedirse.


De ahí vinieron los papeles, los arreglos, los pagos, las llamadas. Diego, el hermano de Arcelia, Olaf (un amor grandote de ella) y yo nos subimos al coche y llegamos a su casa, había que ayudar a escoger el atuendo para la última despedida. Cuando entré a su cuarto, los colores seguían ahí, también su querida Mina (una labradora tremenda, como su dueña), también los libros ordenaditos en el librero, faltaba sólo la música para creer que ella andaba por ahí al fondo, en el baño o en el rincón. Su mamá ya había escogido el ajuar perfecto: la blusa moradita de Chiapas, los pantalones que le acababan de regalar y tanto quería estrenar. Eso no tomó tiempo, lo que nos robó los minutos fue agarrar la fuerza para dejar la casa y encaminarnos al otro lugar.


Antes de salir, Antonia (así se llama su mamá) me señala el espejo de madera que Arce tenía en su cuarto. Yo lo veo y me veo. En el borde inferior estaba pegada una post-it amarilla, en ella se leía lo siguiente: "No al culto al sufrimiento". Volví a mirar a Toña, ella tenía esa linda y sincera sonrisa que la caracteriza. Al fin, partimos.


En la despedida hubo de todo: rezos, rosarios, lágrimas, carcajadas, muchos cigarros prendidos, muchos apagados, hubo tequila y caguamas clandestinas, hubo abrazos, hubo canciones a todo pulmón y otras en forma de susurros. Hubo anécdotas por todos lados, recuerdos, palabras resonando, hasta una porra de bicicletas desde el balcón de la funeraria. Hubo todo eso, lo que no vi fue sufrimiento.


Ya casi se cumplen 6 meses de ese día. Y la frase que leí en su espejo, la última que leí de su puño y letra, ronda y ronda en mi cabeza. Es increíble creerlo a veces, pero los días son nuestros y también la manera de vivirlos. Existen muchas formas de vivir los procesos, aquellos de cambio, duelo o separación también. No existe sólo la forma que nos dictan los clichés y la sociedad, que es aquella a la que nos aventamos sin reflexionar, sin hacer conciencia: "Cuando me separo, cuando extraño, cuando pierdo, cuando algo sale totalmente de mi control, entonces sufro". El cariño, el amor y la tranquilidad pueden acompañarlos, y eso sin desterrar a las lágrimas.


Hoy tomé una post-it de color naranja y escribí su frase. La pegué en mi espejo.


Quiero acordarme de vivir.


(mayo 19, 2011)

19.5.11

Limonada

La casa estaba muerta. Se dió cuenta de repente mientras lavaba los limones que tomó del árbol, mientras los exprimía y mezclaba con el agua, con azúcar.


Necesitaba inquilinos que vivieran la vida, no que la esperaran.

30.4.11

Buen viaje

La vio alejarse con tristeza.
Era un día de comienzos de abril, pero el otoño empezaba ya a anunciarse con signos premonitorios, como esos nostálgicos ecos de trompa —pensaba— que se oyen en el tema todavía fuerte de una sinfonía, pero que (con cierta indecisa, suave pero creciente insistencia) ya nos están advirtiendo que aquel tema está llegando a su fin y aquellos ecos de remotas trompas se harán cada vez más cercanos, hasta convertirse en el tema dominante. Alguna hoja seca, el cielo ya como preparándose para los largos días nublados de mayo y de junio, anunciaban que la estación más hermosa de Buenos Aires se acercaba en silencio. Como si después de la pesada estridencia del verano, el cielo y los árboles empezaran a asumir ese aire de recogimiento de las cosas que se preparan para un extenso letargo.


Fragmento de "Sobre héroes y tumbas". Ernesto Sábato




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Hace 10 años

Lo único que puedo pensar es que yo no he vuelto a Álamos. Nunca desde ese viaje. Por eso Álamos para mi sigue siendo ese hotelito frente a la casa de María Félix, al que le acabamos todos los vinos y sus reservas, al cabo que podíamos apuntar. Ese restaurant extranjero en el que comimos una tarde, escondido en el camino de la carretera, con sus manteles blancos. Los 10 discos que cargaba la caja del estéreo de tu carro. Las obvias caminatas por el empedrado y la promesa de volver.

27.4.11

Cuando el cuerpo te traiciona


Cuando lo que menos necesitas es estar tirada en una cama, cuando de verdad estás dispuesta a salir temprano de la casa y pasar por el mercado, y mirar alrededor regocijándote en el día tan soleado, cuando te has cansado de revolcarte en tus laberintos mentales y quieres probar ser la persona más entusiasta de este universo, tu cuerpo inventa una gripa. Pero una que nunca te había dado, una que ha durado ya más de 3 semanas, una gripa eterna con tos de perro al final. Ni la miel con limón, ni los antibióticos, ni el caldo de pollo, ni la visita de mi mamá y mis hermanas. Nada funciona y la tos no me deja dormir.
Buscando remedios leo varias versiones interesantes sobre “la tos” y sus causas: reflejo defensivo, recurso que tiene nuestro aparato respiratorio para arrojar de él sustancias que podrían perjudicarle. La tos es como el “perro guardián” de los pulmones, protegiéndolos contra intrusos peligrosos o enemigos internos.


Puesto que la tos es un síntoma y no una enfermedad, la terapia más adecuada será la terapia en contra del trastorno subyacente. 
Decir adiós.

14.4.11

Entre huecos

Todas las evidencias de la soledad no resultan ser más que esos espacios abiertos y generosos para recomenzar la vida, para voltear la esquina, para volverse a tomar.

8.1.11

Colibríes no Colibrís


Hoy pasé la tarde en el patio y me llené de clichés.
Primero descubrí el cielo y sus nubes. O más bien descubrí el cielo y las nubes como los platican los poetas. Unas nubes densas, esponjosas que a lo lejos escondían otra capa de nubes, aquellas, las que escondían al sol.
Y entonces descubrí el árbol que se mecía y entra sus ramas, los colibríes. Y pensé en todas las frases sobre su belleza y su significado espiritual, pensé en todas las películas, los anuncios comerciales, las cadenas de correos que los nombran con tanta cursilería mientras observaba las pequeñas alitas alborotadas ir de aquí para allá. Supe entonces que aunque no me gustara admitirlo, los colibríes guardaban magia, y vivían en el patio de mi casa.
Luego pensé en todas las veces que me han señalado el cielo para enseñarme cosas, castigos, romances, viajes, dioses, recuerdos. Pensé que nadie nos enseña el cielo como lo hacen los amigos cuando se mueren. Ahí es que lo vemos por primera vez, en realidad.
Hoy los colibríes volaron sobre mi cabeza mientras sonaba “Pledging my time”, de Bob Dylan. Eso nadie me lo quita.

3.1.11

La Casa

En esta casa todo pasa tras puerta cerrada, cada quién desde su trinchera vive solito lo que le sucede a todos. Hay un patio común al que salen los habitantes de la casa a las horas marcadas por el protocolo. Ahí se habla del frío y del calor, se habla mucho también sobre el patio del vecino. Se fuman los cigarrillos, uno tras otro, se bebe el café. Se ríe de todos los chistes, aunque no se entiendan y aunque no sean chistes. Luego se lavan los diminutos e incómodos trastes, se vacían los ceniceros en los bolsillos del abrigo, se regala una sonrisa demasiado amable al otro habitante con el que se llegue a cruzar la mirada y entonces, se marca la hora, se clausura el patio, se azotan las puertas. Vuelven los habitantes a sus pequeños mundos desconocidos, a sus océanos y sus tierras lejanas sin puentes. Eso es esta casa donde me encuentro, la casa donde vivo estos días. Yo, que lo único que deseo realmente es construir un maldito puente. 

Y cruzar.

K.