Hoy pasé la tarde en el patio y me llené de clichés.
Primero descubrí el cielo y sus nubes. O más bien descubrí el cielo y las nubes como los platican los poetas. Unas nubes densas, esponjosas que a lo lejos escondían otra capa de nubes, aquellas, las que escondían al sol.
Y entonces descubrí el árbol que se mecía y entra sus ramas, los colibríes. Y pensé en todas las frases sobre su belleza y su significado espiritual, pensé en todas las películas, los anuncios comerciales, las cadenas de correos que los nombran con tanta cursilería mientras observaba las pequeñas alitas alborotadas ir de aquí para allá. Supe entonces que aunque no me gustara admitirlo, los colibríes guardaban magia, y vivían en el patio de mi casa.
Luego pensé en todas las veces que me han señalado el cielo para enseñarme cosas, castigos, romances, viajes, dioses, recuerdos. Pensé que nadie nos enseña el cielo como lo hacen los amigos cuando se mueren. Ahí es que lo vemos por primera vez, en realidad.
Hoy los colibríes volaron sobre mi cabeza mientras sonaba “Pledging my time”, de Bob Dylan. Eso nadie me lo quita.