11.4.10

Justo antes de dormir

A veces tengo urgencias. Urgencias tontas, pero irrevocables. Como cuando tengo que colgar ese cuadro ahorita mismo, ahí. O apagar ya la tele y prender la música. Escribir ya la frase. Ir a comprar ya la alberca inflable y llegando inflarla y justo en ese momento llenarla de agua, aunque sea de madrugada y tengamos frío en el agua. Como cuando tengo que ir en ese preciso momento a comprar aquello que lleva meses, años, faltándome, pero llegó la urgencia y tiene que ser hoy. Tú quieres que espere a comprar mañana los clavos adecuados, tú crees que hay demasiado sol hoy para el parque y que la alberca no desaparecerá para mañana. Tú tienes toda la razón.

Mis urgencias son terribles, y sé que te arrastro con ellas.

Son casi las dos de la mañana, tu duermes y mi última urgencia es pedirte perdón.

K.

Posibilidades

Mientras hace un moño con las agujetas de su hijo de tres años, ella piensa en la cantidad de horas que forman los días de tres años de su vida. Ella quiere pensar en Pascua, y la coneja y las sonrisas encontrando las sorpresas. No entiende porqué tienen que venir a su mente ideas como: ¿Y si doy vuelta al volante y nos estampamos en la pared del túnel? La imagen del carro haciendose añicos en cámara lenta, sus dos hijos en el asiento trasero, suspendidos en el aire, sus manos aferradas al volante y su rostro, tranquilo. Sacude su cabeza en su imaginación y no entiende. Se forza a pensar en pimienta, sopita de lentejas y codos debajo de la mesa. Todos sus días lucha, todos sus días piensa.

K.

Miedosa

A respirar. A no volver a comer. A que se vaya. Al frío, al calor. A que no me escuche. A que no me haga caso. A que no me escojan. A que me digan niño y no niña otra vez. A sacarme cinco. A que se vayan de noche y yo me tenga que dormir sabiendo que no están, leyendo revistas con la luz tenue de la lámpara de su cuarto, fingiendo que estoy tranquila, sonriendo. A que no me inviten. A que se haga su amiga y deje de ser la mía. A que lea mi carta escondida en su almohada y me deje de hablar. A que se acabe la película y todos se vayan a dormir y yo no tenga sueño. Al árbol que hace sombra en mi pared y se parece al de "Poltergeist". A la noche. Al insomnio sin saber que se llama insomnio. A que mi mamá crea que hago "cosas malas" y me obligue a confesarlas cuando sólo estoy jugando. A que mi hermana sea mejor que yo. A que me pase lo que le pasó a la familia de "Rojo Amanecer". A que el pararayos no funcione y le caiga un rayo a mi casa. A que las abejas africanas lleguen a México y nos maten a todos. A que los extraterrestres me lleven y me hagan experimentos. A que mi papá se enoje conmigo. A enseñarle la boleta. A los niños. A la canción de Freddy Crouger. A bajar por un vaso con agua a oscuras. A las niñas perfectas de mi escuela. A que me digan Olga Brisky. A la hora de la salida y a Carmen, que vendió boletos en la primaria por golpearme frente a todas las niñas perfectas de mi escuela. A ponerme traje de baño. A los tiros al aire en año nuevo. Al apocalipsis. Al infierno, pero sobre todo, al purgatorio. A Dios. A los exámenes. A la tercera guerra mundial. A mi hermana que no le gusta que la roce. A que el avión se caiga. A que mi papá se duerma en la carretera. A verlo bailar con la que le gusta. A no bailar con nadie. A que mi papá nos cache en el sofá. A sus palabras. A que lo diga en serio. A no querer volver. A que no me quieran. A estorbarles. A que no me escojan. A sacarme cinco. A que nunca quiera volver. A ir a la escuela con el pelo sumamente corto. A que me digan niño otra vez. A que no me escuche. A pedir perdón. A oír hablar detrás de la puerta. A hacerles gastar dinero que no tienen. A no tener para ir al viaje. A irme. A caerme por un barranco. A tomar la decisión equivocada. A no ganarme el mejor premio. A no ser más que una farsa. A que me roben con un cuerno de chivo. A que sepan lo que hacemos en el bosque. A que no entiendas a qué fui y cómo volví. A hablar de lo importante. A los espejos de noche. A querer simplemente brincar. A encontrarme la carta que te mandé tirada en un rinconcito. A que me abraces por compromiso. A que el camión se estrelle de noche. A volver. A querer regresar. A irme. A que no entiendas el no. A no haber dicho que no. A quedar embarazada. A que alguien se muera. A no poder respirar. A comer. A que se vaya. A no ser lo suficientemente buena. A no contestar bien. A no poder irme. A conocer la nueva ciudad. A enojarme mucho otra vez. A su acento extranjero. A no entender. A no saber. A no llegar a fin de mes. A que me dejen 10 centavos de propina. A que este trabajo también me aburra. A que este muchacho también me aburra. A que esta escuela también me aburra. A estar embarazada. A no vivir lo suficiente. A la crisis. A la depresión de mi papá. A que quiera despedirse. A nunca encontrar para qué soy realmente buena. A descubrir que en nada soy realmente buena. A cagarte la vida. A no poder escapar si quiero escapar. A no querer estar contigo. A volverme lo que no me gusta de mis padres. A mi closet. A mis pesadillas. A imaginarme de ochenta y seis. A que nunca me conozcas realmente.

K.

Ausencia

Tengo la horrible sensación de nunca haber estado, realmente y por completo, en ningún sitio. Guardo el recuerdo de los momentos, formados en una fila india, completando la vida que se dice es la mía, pero dentro no estuve yo, eso lo puedo asegurar.

Lo que veo ahí, en mi marca, es un lugar común, de entre todos el más. Un ensayo de mí. Un fantasmita vil, con los ojos sin fondo.

K.

1.4.10

I will eat you up

No fue novedad que le dijeran que qué le pasaba, que en su tierna piel ahora había rasguños profundos, con color de entraña, que algo verde le salía de entremedio. Ella se había perdido, por unos minutos (otra vez), en esa nube densa y cuando volvió en sí, todos sus ojos ya la miraban con horror.

No fue novedad que la descubrieran, pero le daba pena, le seguía dando pena. Sobre todo cuando algunos exclamaron: no es para que te pongas así.

Trató de no mirarlos, de disimular las gigantescas y aparatosas garras que ahora saltaban de sus delicadas manos. Se levantó el vestido hasta arriba, a la altura de sus ojos, luego no supo bien dónde colocarlos, sus ojos, o su mirada, a la cual todavía le quedaba algo de furia, por eso estaban medio saltones.

Como siempre, una mano muy decidida le bajó el vestido casi automáticamente y le pegó un manotazo nervioso en una de sus manos, la que ya volvía casi a su tamaño habitual. Por favor, no nos avergüences, se te ven los calzones. Y la furia seguía encendida, en la profundidad.

Ellos se taparon con la tela, esa transparente, suave y bonita, y se fueron a dormir. El eco de sus pasitos y cuchicheos hizo imposible el sueño. Y así le llegaron las imagenes. Miles de imagenes, toda su vida. Diez niñas con uniforme, tapados sus oídos, todas riendo, ella enmedio. La comida en paz, conversación tranquila, algunas palabras y el plato volando hacia la pared, el portazo y el temblor. La culpa.

Recordó el gusto que le provocó mudarse a una ciudad distinta donde nadie la conocía, empezar de cero, donde nadie sabía su secreto. Ella podía sonreir ampliamente, dar un fuerte apretón al conocer a alguien, mostrarse interesada por la vida de los otros, ser agradable, amable, despreocupada, hasta felíz. De esos felices medio distraídos y tímidos. Y si, al principio lo era. Pero el momento siempre llegaba, el temido momento de la verdad. Los grandes amigos salpicados de cochambre verde, el pretendiente saliendo de su casa todo ensangrentado y con rostro incrédulo, los extraños que no se acercan para apretar su mano, pues les han contado ya de los ojos saltones, la piel rasgada, los gritos iracundos, los destrozos, los vidrios rotos.

No fue novedad. El mounstro vive. Ella lo conoce, aunque lo haya negado más de tres veces.

Lo único diferente esta vez es que ahora, en sus últimos cinco minutos del día antes de quedarse profundamente dormida, ella toma una decisión. Dejarse comer entera por él.


K.