26.6.11

"Acá entre nos", dice una canción

Son las pequeñas cosas las que vuelcan el mundo por acá. 


La firma tuya junto a la mía en la primera página de este libro que por fin decidí retomar, el recuerdo del paisaje de tu nuca como última visión antes de emprender el viaje nocturno (eso cuando todavía nos mirábamos), escuchar “Something” muy temprano en domingo, en un lugar público como un mercado. La taza azul gris en el fondo y sin café desde hace meses, los calcetines huérfanos que siguen saliendo y que parecen un reproche, una amenaza.
Cada pedazo que se quedó en pausa. Cada detalle que descubro, horrorizada. Cada pensamiento que se me fuga.
Estoy agotada de reacomodar este mundo a diario. 

22.6.11

La frase de Arcelia

Arcelia se despidió un 23 de Noviembre, tempranito por la mañana. Llevábamos ya custodiando su vida en el hospital hacía exactamente un mes. Había llegado ahí después de sufrir un derrame cerebral grave. Y justo lo sufrió después de un ensayo en el teatro, su lugar favorito.


Yo preparaba el desayuno a su hermano (como ya se había vuelto una especie de costumbre) para pronto salir hacia el hospital. Él me llamó, yo corrí. Cuando llegué me dijeron: "alcanzas a despedirte, pásale". Me puse la bata, el cubre bocas, dejé mis triques y entre a terapia intensiva. La vi, le toqué su mano y salí en menos de un minuto. Me dijeron que podía estar más tiempo, que todavía no venían por ella, yo les dije que ella ya no estaba ahí y eso hacía al lugar, por primera vez en un mes, el más frío del mundo.


No había de quién despedirse.


De ahí vinieron los papeles, los arreglos, los pagos, las llamadas. Diego, el hermano de Arcelia, Olaf (un amor grandote de ella) y yo nos subimos al coche y llegamos a su casa, había que ayudar a escoger el atuendo para la última despedida. Cuando entré a su cuarto, los colores seguían ahí, también su querida Mina (una labradora tremenda, como su dueña), también los libros ordenaditos en el librero, faltaba sólo la música para creer que ella andaba por ahí al fondo, en el baño o en el rincón. Su mamá ya había escogido el ajuar perfecto: la blusa moradita de Chiapas, los pantalones que le acababan de regalar y tanto quería estrenar. Eso no tomó tiempo, lo que nos robó los minutos fue agarrar la fuerza para dejar la casa y encaminarnos al otro lugar.


Antes de salir, Antonia (así se llama su mamá) me señala el espejo de madera que Arce tenía en su cuarto. Yo lo veo y me veo. En el borde inferior estaba pegada una post-it amarilla, en ella se leía lo siguiente: "No al culto al sufrimiento". Volví a mirar a Toña, ella tenía esa linda y sincera sonrisa que la caracteriza. Al fin, partimos.


En la despedida hubo de todo: rezos, rosarios, lágrimas, carcajadas, muchos cigarros prendidos, muchos apagados, hubo tequila y caguamas clandestinas, hubo abrazos, hubo canciones a todo pulmón y otras en forma de susurros. Hubo anécdotas por todos lados, recuerdos, palabras resonando, hasta una porra de bicicletas desde el balcón de la funeraria. Hubo todo eso, lo que no vi fue sufrimiento.


Ya casi se cumplen 6 meses de ese día. Y la frase que leí en su espejo, la última que leí de su puño y letra, ronda y ronda en mi cabeza. Es increíble creerlo a veces, pero los días son nuestros y también la manera de vivirlos. Existen muchas formas de vivir los procesos, aquellos de cambio, duelo o separación también. No existe sólo la forma que nos dictan los clichés y la sociedad, que es aquella a la que nos aventamos sin reflexionar, sin hacer conciencia: "Cuando me separo, cuando extraño, cuando pierdo, cuando algo sale totalmente de mi control, entonces sufro". El cariño, el amor y la tranquilidad pueden acompañarlos, y eso sin desterrar a las lágrimas.


Hoy tomé una post-it de color naranja y escribí su frase. La pegué en mi espejo.


Quiero acordarme de vivir.


(mayo 19, 2011)